Fragmento de «El apando»
Tiempo de lectura estimada: 2 minutos
Víctor JáquezEstoy leyendo una antología de José Revueltas y quiero compartirles un fragmento del cuento que estoy leyendo ahora: «El apando». Lo hago para decirles que Revueltas es capaz de poner palabras a mis pesadillas:
[…] pues por eso lo apodaban El Carajo, ya que valía un reverendo carajo para todo, no servía para un carajo, con su ojo tuerto, la pierna tullida y los temblores con que se arrastraba de aquí para allá, sin dignidad, famoso en toda la Preventiva por la costumbre que tenía de cortarse las venas cada vez que estaba en el apando, los antebrazos cubiertos de cicatrices escalonadas una tras de otra igual que en el diapasón de una guitarra, como si estuviera desesperado en absoluto —pero no, pues nunca se mataba—, abandonado hasta lo último, hundido, siempre en el límite, sin importarle nada de su persona, de su cuerpo que parecía no pertenecerle, pero del que disfrutaba, se resguardaba, se escondía, apropiándoselo encarnizadamente, con el más apremiante y ansioso de los fervores, cuando lograba poseerlo, meterse en él, acostarse en su abismo, al fondo, inundado de una felicidad viscosa y tibia, meterse dentro de su propia caja corporal, con la droga como un ángel blanco y sin rostro que lo conduciría de la mano a través de los ríos de la sangre, igual que si recorriera un largo palacio sin habitaciones sin ecos. La maldita y desgraciada madre que lo había parido […] Con todo, la madre iba a visitarlo, existía, a pesar de lo inconcebible que resultaba su existencia. Durante las visitas en la sala de defensores […] la madre de El Carajo, asombrosamente tan fea como su hijo, con la huella de un navajazo que le iba de la ceja a la punta del mentón, permanecía con la vista baja y obstinada, sin mirarlo a él ni a ninguna otra parte que no fuese el suelo, la actitud cargada de rencor, reproches y remordimientos, Dios sabe en qué circunstancias sórdidas y abyectas se habría ayuntado, y con quién, para engendrarlo, y acaso el recuerdo de aquel hecho distante y tétrico la atormenta cada vez. La cosa era que de cuando en cuando lanzaba un suspiro espeso y ronco. "La culpa no es de nadien, más que mía, por haberte tenido". […]