Pastoreando el espíritu gringo

Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren [la locomotora de la historia mundial].

—Walter Benjamin. Tesis sobre la historia: apuntes, notas y variantes.

Aquél malbec mendocino escurría como denso jarabe bíblico. Echados en sofás, copa en mano, orbitando la botella recién descorchada.

—Está bueno. —Aprobó dando un segundo sorbo. —Se deja masticar. —Recalcó mientras yo asentía sonriendo.

Desatado el efecto proustiano, trocando magdalenas por estupor etílico, comenzó a relatarme el éxodo de sus ascendientes desde el viejo mundo.

—Un pariente de mi abuelita ¿bis-tío-abuelo de ella? no sé; de mucha plata y títulos de conde, marqués, o algo así, llegó de España; educado, supuestamente en Salamanca, aunque venía dañado, ya que en cuanto tuvo hijos con una porteña, se marcharon a la Patagonia, a aislarse, lo más lejos posible de la civilización. A sus hijos no les enseñó nada, salvo el Credo, eso sí, pero ni leer, ni escribir, ni oficio, cero. Y como brutos desaparecieron del mapa.

—Para muchos colonos europeos los grandes territorios americanos eran "la tierra prometida". —Observé con ánimo de paliar la sinrazón. —Una tabula rasa para reconstruir el paraíso perdido, a costa, muchas veces, de quienes ya habitaban allí. La oportunidad de romper con la corrupción y el pecado que les rodeaba en Europa, y volver al reino de dios.

—¡Pero se jodieron el progreso en nuestros países, de nuestras familias!

—Creo que el progreso humano no describe un ascenso monotónico. —Repliqué para luego preguntarme sobre lo oportuno de matizar los agravios de la historia.

Philip Roth.

Philip Roth (fuente)

Me asombra la capacidad de Philip Roth para, a partir de una premisa relativamente simple, escribir quinientas páginas, cada una interesante, hurgando los pensamientos de un personaje tan plano como Seymour Levov, o más exactamente, construyendo el arco de transformación de un personaje superficial y aburrido a uno multidimensional, lleno de contradicciones, angustiado por ellas, y de vuelta a la superficialidad.

Roth no ataca la trama de manera frontal, sino a través de su alter ego: Nathan Zuckerman, quien estudió en la misma preparatoria que el protagonista, y fue testigo de sus hazañas deportivas que sorprendieron a la comunidad judía; testigo del revuelo que levantaba entre las adolescentes y la envidia de los chicos. Algunas décadas después, para su sorpresa, Seymour Levov lo invita a cenar para confesarle algo, mas la prometida confesión nunca llegó, limitándose a una charla tan poco profunda como el mismo protagonista. Pasaron años y Zuckerman se encuentra con el hermano menor de Seymour, Jerry, en una reunión de generación. Jerry le comunica la muerte de Seymour y le confía que su hermano había sufrido mucho debido a su primogénita, una chica venida a terrorista, que plantó una bomba en la oficina de correos de su barrio, matando al médico que por allí pasaba. Es ésta noticia lo que lleva a Zuckerman a reconstruir La Historia de Seymour Levov, no como reportero, sino como escritor de ficción.

En un primer momento muestra a un Seymour Levov con una vida casi perfecta, linealmente exitosa, sin momentos de turbación, duda o mínimo fracaso. En un segundo momento lo vemos atrapado en la angustia de una hija fugitiva, convertida en criminal; héroe solar caído en desgracia. Finalmente, un tercer momento de auto-descubrimiento, Seymour desvela que en realidad su vida es una farsa, o más mejor aún, una comedia, y la gran tragedia fue no haberlo visto venir.

Pero para mi, el final de la novela no está en la última página, cuando Seymour se percata de la farsa que es su vida como representante del sueño americano, sino en el primer capítulo, cuando invita a cenar a Zuckerman y le comparte lo dichoso que es con su segunda esposa y los hijos pequeños que con ella tiene. Es decir, tras la muerte del héroe solar éste no renace con otra perspectiva, sino que asume su farsa existencial para repetirla con mayor ahínco. De lo contrario sólo existe el abismo.

Meredith Levov es la hija de Seymour con Dwan Dwyer. Merry, sin la belleza de su agraciada madre, ni la sociabilidad deportiva de su padre, padece de tartamudez. Víctima de acoso escolar crece tímida e introvertida. En su adolescencia, durante la guerra de Vietnam, se imbuye en el pensamiento radical. Lee a Fanon, a Angela Davis. Se vuelve activista antibélica, entusiasta de la República Democrática de Vietnam y su líder comunista, Hồ Chí Minh. Un día los Levov despiertan con la noticia de que una bomba, en la oficina de correos del pueblo, había matado al médico de la comunidad, y su hija había desaparecido.

Con la muerte del médico nace el conflicto de Seymour: no entiende cómo su inocente hija rechazó la zaga de mérito, éxito y progreso que su familia enarbolaba: El abuelo de Seymour, emigrado del viejo mundo en extrema pobreza, sin hablar inglés, consiguió empleo curtiendo pieles, para que su hijo, Lou Levov, el padre de Seymour, emprendiera su empresa de guantes de piel, que floreció auspiciada por el Ejército Norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, y que en su turno, Seymour expandió más allá de las fronteras. Todo era progreso, crecimiento, expansión, a fuerza de mérito individual y sacrificios, gratos al generoso país de acogida; el sueño americano; Merry lo hizo trizas.

Merry fue el freno de emergencia de la locomotora de la historia familiar. Seymour entonces toma consciencia de que su éxito empresarial estuvo siempre sobre los cuerpos de sus trabajadores: su secretaria negra, mano derecha a quien recientemente jubiló sin ofrecerle participación en el negocio; sobre los hábiles manejadores del cuero que desarrollaban el oficio de hacer delicados guantes para mujer, quienes terminaban sus días borrachos en tugurios. Se volvió consciente de su posición social: arribista en un Estados Unidos de castas y abolengos, reiteración alegórica del viejo mundo.


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