¡Sin miedo al éxito, papá!

Ayer, mientras ponía un poco de orden en la finca, y cortaba con la hoz los alcatraces muertos, me hice una herida superficial en el dedo anular de una mano que muy rápido sangró copiosamente. Temí por el tétanos, de cuya segunda dosis de la vacuna nunca me apliqué en México. Me lavé a conciencia y le eché sendos chorros de alcohol. Se coló a mi mente intentar imaginar la cantidad de muertos que hubo por pequeñas heridas producidas por metales oxidados. Miles de millones en la historia de la humanidad seguramente. Me pregunté entonces sí habría un hilo conductor entre todos ellos. Mi primer esbozo de respuesta fue, quitando a los distraídos, trabajadores que se empeñaban en utilizar herramientas nuevas, desconocidas, para realizar sus labores, gente que deseaba producir más que lo que habitualmente podía hacer con las técnicas de su tiempo, y abrazaron la novedad dando un salto de su zona de seguridad. Perdieron. Y murieron. Había también recordado a mi madre, quien me contó los horrores del tétanos cuando yo rechazaba vehementemente que me vacunaran. Odiaba las agujas. Y también recordé las lecturas de mi madre justo antes de la crisis del 95, la mayoría sobre superación personal, especialmente un libro que se llamaba, literalmente, Superando el miedo al éxito, que ella llegaba a citar. Habría que hacer una genealogía de la superación personal, tal vez para descubrir que el susodicho miedo fue una de sus primeras temáticas de la "disciplina". Entonces el espectro de Hegel se asomó. Me pregunté si podríamos transcribir el miedo al éxito en clave de la dialéctica del señor y el siervo. El señorío se logra cuando se pierde el miedo a la muerte y se entrega a la contienda; al contrario del siervo, que prefiere la vida, aunque sea en esclavitud. Pero la posibilidad de la muerte en la contienda es real y muy alta. Entonces, superar el miedo al éxito se traduciría como superar el miedo a la muerte. No es cosa baladí: al buscar el éxito, las posibilidades de fracasar, es decir, de morir, figurativamente, si se quiere, son altísimas, como mis miles de millones que murieron bajo los grandes dolores de fiebre tetánica al intentar usar herramientas nuevas. Y eso lo omiten, criminalmente, los vende humos de la superación personal. Hegel también señala que los siervos, quienes prefirieron la vida, pasado el tiempo, en las peores condiciones están obligados a mejorar, o más exactamente crearse sus propias formas de subsistencia, además de servir a sus señores, con lo que generan nuevos modos de relacionarse con el mundo, pasando tal vez por el, ahora, cauteloso uso de nuevas herramientas, por supuesto. Las herramientas de los vencidos pueden ser exactamente iguales a las usadas por los vencedores, pero ahora empleadas con mayor efectividad y seguridad. Así hasta que los siervos se encuentran con la posibilidad de cortarle la yugular a sus señores. Quienes tuvieron miedo al éxito, aunque sean los perdedores por un momento, generarán las posibilidades de superar, con creces, los prematuros y magros logros de quienes se alzaron sobre ellos como ganadores de la sociedad.