Vacunas, Estados y Farmacéuticas

El jueves 17 de junio recibí el SMS del Servizo Galego de Saúde, avisando que en cinco días estaba programada mi primera dosis de la vacuna contra el COVID-19.

Ese día fui al Expo-Coruña, convertido en ambulatorio gigante, y tras diez minutos de fila, estaba sentado esperando a la enfermera. Me preguntó si había pasado ya por el virus; con la negativa me inyectó. Pregunté cuál vacuna era y me confirmó la Pfizer. Pasé al pabellón donde nos hacen aguardar veinte minutos, por si tuviéramos alguna reacción adversa. Volví a casa con un dolor en el brazo que me duró un par de días. Además me sentí mareado y somnoliento por casi veinticuatro horas.

Ante la curiosidad, leí un poco sobre las distintas vacunas y sus tecnologías. Las más espectaculares son las basadas en ARN mensajero, como la Pfizer o Moderna. Es asombrosa la idea de que el propio cuerpo produzca los antígenos que luego instruirán al mismo sistema inmunológico, a partir de la inoculación de un código genético. Se le enseña al organismo a educarse a sí mismo cómo lidiar con el virus. Tal es la sutileza de esta indirección. Podría funcionar como metáfora del principio pedagógico: «no se enseña conocimiento, se aprende a adquirirlo».

pre-mRNA

Bucle de un pre-mRNA (fuente:)

Personalmente me siento agradecido y afortunado por la vacunación, organizada por el Estado donde radico. Entiendo que es importante, no sólo por mi salud personal, sino como necesidad social, dadas las condiciones impuestas (a diferencia de otros Estados, como el Chino, con su política de cero-COVID), para disminuir la peligrosidad del virus a lo largo de la sociedad.

Por otro lado, me asombra la mezquindad con la que el sistema económico y geopolítico coacciona nuestros cuerpos: poderosos Estados-Corporación han bloqueado la liberación de estas tecnologías, evitando que otras organizaciones en el mundo las usen, mejoren y extiendan. Una de las desvergonzadas razones para no renunciar a la abusiva protección de la propiedad intelectual es, por ejemplo, evitar que países como China y Rusia obtengan la cura para el cáncer. Y es que la tecnología del ARNm promete terapias tan necesarias como aquellas contra el cáncer y sida.

No obstante, por maravillosas que sean estas nuevas tecnologías, no significa, en absoluto, que otras vacunas, aprobadas por la Organización Mundial de la Salud, sean inferiores. La vacuna cubana Abdala, por mencionar una, sus creadores anuncian tener una efectividad similar la de Pfizer BioNTech, basada en subunidades del virus; otras están basadas en vectores de adenovirus, o compuestas de virus inactivos. Pero todas, en cuanto avaladas por la OMS, con similares números de efectividad.

Pero en último término, son los Estados-Corporación los que deciden cuáles vacunas reconocen como válidas, cuáles ofrecen a su población y de qué manera las distribuyen. Este ordenamiento está alineado con los intereses mercantiles que conforman dichos Estados. Y ahora, somos testigos del reforzamiento de la jerarquía internacional, ya no indicados por capacidad de consumo, raza o cultura, sino por un biopoder farmacéutico, donde la condición individual tendrá el reconocimiento de otros Estados-Corporación, sólo si fueron inoculados por tal o cual vacuna. Hablamos del polémico pasaporte inmunitario, ya no como certificado sanitario genérico, sino como la validación de la farmacéutica específica, de cuya mercancía se nos dio a consumir.

No habrá necesidad de considerar a otros como inferiores por su color de piel, niveles de consumo o desenvolvimiento social. El simple hecho de recibir una vacuna contra el COVID-19 de alguna organización no reconocida por los Estado-Corporación del centro económico, será suficiente para excluirlos.

Hoy en día ya se puede ver este fenómeno en redes sociales: gente buscando inocularse alguna de las vacunas reconocidas por EEUU y Europa, así obteniendo la opción de viajar hacia allí; a la vez mirando hacia abajo a quienes reciben vacunas no reconocidas.

La imposición de estas ficticias condiciones, como bien apunta el doctor Héctor López Frisbie, son solamente temporales, ya que cuando se alcance la prometida inmunidad de rebaño a nivel internacional, dejará de importar la marca de la vacuna aplicada. No obstante, mientras no la haya, estas empresas, respaldadas por sus Estados, seguirán redituando pingües ganancias.

La serie británica de culto Utopia, del 2014, explora la posibilidad de que una farmacéutica provoque una falsa pandemia, y obligue a la población mundial a vacunarse con su mercancía. Esta farmacéutica está controlada por una organización secreta que busca reducir, forzosamente, la población mundial, motivados por argumentos ecológicos (o mejor dicho eco-fascistas). Tal vez no lleguemos a vivir ese escenario, pero sí estamos en uno cercano: nuestra condición social como individuo está siendo marcada por la empresa que desarrolló la vacuna inoculada.