Voto y resistencia

Protesta es cuando digo "no me gusta esto u otro". Resistencia es cuando busco que esas cosas, que no me gustan, no vuelvan a ocurrir. Protesta es cuando no participo de aquello. Resistencia es cuando procuro que nadie participe de aquello, jamás.

—Ulrike Meinhof. Calls for a move from Protest to Resistance (1968)

En estos momentos, proponer la anulación del voto provoca reacciones agresivas y hasta insultos. Esto es interesante, debido a que si hay una reacción, agresiva y general, a una pregunta o propuesta, muy posiblemente se deba que estas están encaminadas hacia la raíz del problema.

Dicha reacción podría ser explicada por el fenómeno conocido como disonancia cognitiva, que ocurre cuando un análisis, o una evidencia, entra en conflicto con el sistema de creencias asimilado por el individuo, generándole incomodidad.

Sospecho que esta es la razón sobre ciertas actitudes hacia el voto nulo.

El debate está de moda. Ríos de tinta y mega-bytes fluyen por doquier, tanto hacia un lado como al otro. El debate no parece tener conclusión, como si cada bando estuviera parapetado en su torre de marfil. Es necesario sentarse y pensar. Los comentarios en las redes sociales están muy lejos de este propósito. Es necesario sumergirse a profundidad.

Entiendo que el debate surge de un conflicto (no antagónico) entre dos lecturas de la realidad: por un lado, quienes diagnostican un mero problema de gobierno y consideran que la solución está en colocar, poco a poco, gente que sirva de contrapeso a quienes hoy gobiernan. Su estrategia es, principalmente, a través de las urnas, con el voto válido.

Por el otro, están quienes perciben un problema de dimensiones sistémicas; quienes consideran que tanto el sistema político, económico, como el social están rotos, se desangran. Parcialmente reconocen que intentar arreglar el sistema desde dentro es inútil.

Estoy planeando cambiar el sistema desde dentro.

Estoy planeando cambiar el sistema desde dentro.

Mientras que el primer grupo es ruidoso, el segundo recorre, aislado, sendas poco transitadas, donde se tiene el riesgo de caer en la falacia de la pendiente resbaladiza, y asumir posturas pesimistas, cínicas o nihilistas. La única manera de salvar estos peligros es a través del análisis y la crítica de la realidad, tan escasos en los outlets de noticias y en las editoriales de los medios masivos.

Miremos más de cerca ambas posturas. Llamemos a los primeros, a quienes depositan su fe en la legislación electoral como medio para cambiar al país, como "los creyentes". A los segundos, quienes miran con desconfianza la Ley Electoral y buscan otras formas de participación democrática, llamémosles "los escépticos".

Los creyentes (dura lex sed lex)

La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales contempla tres tipos de votos: el voto válido, el voto nulo y el voto a candidatos no registrados. Éste último solamente permanece en la ley por cuestiones históricas, en la práctica se trata como un voto nulo.

En el artículo 291 de dicha ley, se enuncia "Se contará un voto válido por la marca que haga el elector en un solo cuadro en el que se contenga el emblema de un partido político". Inmediatamente después añade: "Se contará como nulo cualquier voto emitido en forma distinta a la señalada".

Al momento de sumar los votos, el artículo 15 de la misma ley, distingue dos resultados: la votación total emitida y la votación válida emitida.

La primera es la suma de todos los votos depositados en las urnas. La segunda es el resultado de restar, a la votación total emitida, los votos nulos y los votos a candidatos no registrados.

La votación válida emitida sirve para la aplicación de la fracción II del artículo 54 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: "Todo partido político que alcance por lo menos el tres por ciento del total de la votación válida emitida para las listas regionales de las circunscripciones plurinominales, tendrá derecho a que le sean atribuidos diputados según el principio de representación proporcional".

Es decir, la asignación de diputados plurinominales está en base a la votación válida emitida.

No obstante, existe un cálculo donde la Ley Electoral hace uso de la votación total emitida: a la hora de quitarle el registro a un partido político. En su artículo 101, fracción 1, inciso c, dice que una causa para que un partido político pierda su registro es: "No obtener por lo menos el dos por ciento de la votación emitida en alguna de las elecciones federales ordinaria [..]"

Después atravesar este páramo legal, sigamos.

Los creyentes, con la ley en la mano, pregonan que el voto nulo, electoralmente, no es útil para el cambio político. Por el contrario, el voto nulo afecta negativamente a los partidos políticos pequeños, ya que les es más difícil mantener su registro.

Los creyentes más vocales son miembros de partidos políticos, como Gerardo Fernández Noroña, del Partido del Trabajo (PT); Margarita Zavala (la esposa de Calderón), del Partido Acción Nacional (PAN); Bernardo Bátiz, del Partido de la Revolución Democrática (PRD); Andrés Manuel López Obrador, del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA); etcétera.

Cabe señalar que en mi búsqueda de diversas opiniones, no encontré ninguna de alguien del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Esto indica que, al menos, el voto nulo no les perjudica. Sin embargo, algunas de las personas citadas anteriormente van más allá, y advierten que un voto nulo es un voto para el PRI.

También hay analistas políticos que reprochan el voto nulo, como John Ackerman, el politólogo Armando Luna Franco, o hasta el mismo consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova Vianello.

El punto de vista de estos últimos gira alrededor del apuntalamiento de la frágil democracia mexicana a través del voto válido, actuando siempre dentro de la legislación actual. Sólo así, dicen ellos, se avanzará, paso a paso, en el cambio político, económico y social necesario.

Esta es la ley y sus apóstoles. A continuación veamos las razones de quienes llamamos "los escépticos".

Los escépticos (por una crítica despiadada de todo lo existente)

La legislación electoral mexicana es similar a la de otras latitudes, de acuerdo con el estudio de José Luis Vázquez Alfaro: El voto nulo (y el voto en blanco), en el sentido de que consideran al voto nulo como un error del votante: el votante no tuvo la capacidad para expresar claramente su intención de voto, por lo tanto, se ignora.

Sin embargo, algunas legislaciones electorales en otros países, consideran lo que se conoce como el voto en blanco. El voto en blanco es una forma de protesta, donde el elector manifiesta su inconformidad ante las opciones electorales, o su inconformidad con el sistema electoral en sí mismo.

Las consecuencias del voto en blanco en esas legislaciones son diversas, aunque en la mayoría tienen poca relevancia, a excepción de Colombia. Allí los votos en blanco forman parte de los votos válidos y son considerados, tanto para validar el resultado para un candidato, como para la distribución de puestos de representación proporcional. El caso más reciente de la aplicación de esta legislación fue la elección en Antioquía durante el 2011, donde el voto en blanco ganó y el candidato con más votos no pudo gobernar.

En México, en el 2005, la diputada del PRD, Eliana García Laguna, presentó una propuesta de reforma legal para aceptar la figura del voto en blanco. Fue desechada sin mayor consideración.

Tal parece que a nuestros legisladores no les interesa encausar esta forma de protesta social, tal vez por que podría llegar a afectar sus intereses de partido.

Estamos frente a una legislación electoral acomodaticia para los partidos políticos que la integran. Y aunque estamos de acuerdo que hay que respetar las leyes, también hay que exigir que éstas sean respetables. Si existe una ley injusta, parafraseando a Luther King, Jefferson o Thoreau, lo correcto es transgredirla.

Durante la elección federal del 2009, varios académicos y movimientos sociales convocaron la anulación del voto, el cual obtuvo el cuarto lugar en la elección. También el PRI consiguió mayoría relativa en la Cámara de Diputados.

Como ya mencionamos, debido a esta experiencia, los creyentes se apresuran a declarar que un voto nulo es un voto al PRI, sin advertir en la falacia post hoc ergo propter hoc, o dicho de otra manera, "la correlación no implica causalidad". El académico y analista político, José Antonio Crespo, realizó un estudio llamado México 2009: Abstención, voto nulo y triunfo del PRI, donde concluye que el triunfo del PRI no fue causado por el voto nulo, sino por una transferencia de votos del PAN al PRI, debida al desencanto generado por los gobiernos del PAN.

Pero lo creyentes insisten en que debe darse una nueva oportunidad al sistema electoral, tal como está, ya que es la única forma posible de participar del gobierno. Insisten en que debe votar de manera válida aunque ninguna opción le satisfaga al elector. De nuevo, se inscriben dentro de la falacia de la falsa dicotomía llamando a votar por el menos peor.

Respeto y admiro mucho a Gerardo Fernández Noroña. Tiene un trabajo y una trayectoria necesarios, y muy escasos, en la esfera de la política nacional, pero no por ello puede escapar a la crítica.

Noroña, al terminar su legislatura, volvió a sus orígenes: el activismo político. Abanderó la idea de la desobediencia civil, enarbolando el ensayo homónimo de Henry David Thoreau. Pero ahora que ha aceptado la candidatura como diputado plurinominal por parte del Partido de Trabajo (PT), ha modulado este llamamiento, tal vez para evitar entrar en conflicto con sus aspiraciones políticas. Si es así, bien cabría dentro de la definición de oportunismo. Aunque nada comparado con el oportunismo observado en mucha de la izquierda institucional en México.

Pero atendamos a Noroña, hay que leer a Thoreau, en especial la siguiente cita:

Toda votación es un tipo de juego, al igual que las damas o el backgammon, con un ligero tinte moral, un jueguito entre lo correcto y lo incorrecto con preguntas morales, acompañado, naturalmente, de apuestas. El carácter de los votantes no entra en juego. Deposito mi voto, por si acaso, pues lo creo correcto; pero no estoy comprometido en forma vital con que esa corrección prevalezca. Se lo dejo a la mayoría. La obligación de mi voto, por tanto, nunca excede la conveniencia. Incluso votar por lo correcto no es hacer nada por ello. Es tan solo expresar débilmente un deseo sobre lo que debe prevalecer. El hombre sabio no deja el bien a merced de la casualidad, ni desea que prevalezca a través de la mayoría. Hay poca virtud en la acción de las masas. Cuando la mayoría finalmente vote por la abolición de la esclavitud, será porque ya es indiferente a ella, o porque queda poca esclavitud para ser abolida con su voto. Entonces ellos mismos serán los únicos esclavos. Solamente el voto que acelera la abolición de la esclavitud, es de quien afirma su propia libertad con él.

—Henry David Thoreau. Desobediencia Civil (1849).

Al pedirnos que votemos por el mal menor, están diciendo que seamos votantes sin compromiso, desentendidos de lo que consideramos correcto y bueno, es decir, banales, hipócritas, frívolos, escondidos detrás de las mayorías. Para eso, mejor votemos por el peor de todos, por el PRI, o más aún, por Cthulhu, para que aniquile a toda la humanidad.

Vota Cthulhu ¿Por qué escoger un mal menor?

Vota Cthulhu ¿Por qué escoger un mal menor?

Pasemos lista a algunas de las organizaciones civiles y movimientos sociales que han convocado el voto nulo como forma de protesta: los padres de los normalistas desaparecidos en Iguala, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el Congreso Nacional Ciudadano, Tijuana, Yo rompo mi voto, Ciudadanos Hartos, León, y un largo etcétera.

Cada una de estas organizaciones tiene sus motivos particulares para pedir el voto nulo, aunque todas coinciden en que el sistema político y electoral (por decir lo menos), en este momento, son una afrenta para la sociedad y el individuo.

En particular me gusta la propuesta de Yo rompo mi voto, por la fuerza simbólica que tiene depositar, en la urna, una boleta rota. También es una monserga para los funcionarios de casilla, ya que complica el conteo de votos.

Por último, a esta idea de cambiar poco a poco el sistema, desde dentro, a base de pequeños ajustes en el sistema, de nuevas reglas aquí y allá, con más y afinados controles, se le conoce como reformismo.

Llevamos más de 100 años de reformismo en Occidente. Más de 100 años de políticos que piden el voto para cambiar las cosas, paso a paso. Más de 100 años sin entender que el reformismo no ha logrado nada, absolutamente nada, y en muchos sentidos hemos retrocedido, como los derechos laborales, de vivienda, acceso a educación de calidad, etcétera.

Una de las personas que más claramente han criticado al reformismo fue Rosa Luxemburgo, en su libro Reforma o revolución, entendiendo por revolución, cambiar todo aquello que debe ser cambiado. Lamentablemente, los cambios tienen detractores sanguinarios:

El revisionismo [reformismo] no espera a ver la maduración de las contradicciones del capitalismo. No propone eliminar esas contradicciones mediante una transformación revolucionaria. Quiere disminuir, atenuar las contradicciones capitalistas. [..] La posibilidad de que se atenúen las contradicciones capitalistas presupone que el modo capitalista de producción detendrá su propio avance. [..] De esta manera, empero, su teoría se autoinvalida de dos maneras [..] manifiesta su carácter utópico [.. y] revela su carácter reaccionario.

—Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución (1900)

¿Unirnos? ¡Jamás! Al menos nosotros estamos progresando.

¿Unirnos? ¡Jamás! Al menos nosotros estamos progresando.

Puntos de coincidencia (la unidad de los contrarios)

No sólo entre los contrarios hay lucha, también cooperación. En este caso ocurre lo mismo. Veamos dónde hay acuerdo entre creyentes y escépticos.

Ambos grupos buscan un cambio social, económico y político en México. Ambos se dan cuenta de que las circunstancias actuales (resultado de las contradicciones que decía Rosa Luxemburgo), tienen que cambiar. El desempleo, la destrucción de la ecología, la injusticia social, el aislamiento del individuo frente a su comunidad y demás alienación humana, deben desaparecer.

Habrá que quitar primero a los oportunistas y a los reformistas-reaccionarios del primer bando. Estorban demasiado.

Hecha la criba, ambos grupos coinciden: el sufragio es insuficiente para el cambio necesario en el país; es insuficiente para establecer la paz, igualdad, legalidad, desarrollo.

Creer que el voto es mecanismo suficiente para la participación social, es quedarse en la situación actual. Debemos involucrarnos, hacer nuestras las propuestas y las luchas de nuestros vecinos. Debemos desarrollar nuestra empatía, acercarnos al otro y descubrir que es igual a nosotros. Debemos reconocer las causas de esta putrefacción social e individual: este sistema económico que nos obliga a producir y a consumir, todo y a todos, de manera psicótica.

Hoy en día, el voto es una mercancía más, y la elección un mercado. Se acusa al PRI de comprar directamente el voto. Eso será grosero, pero no está distanciado de la fachada democrática actual. Todos, partidos y candidatos independientes, compran el voto con espectáculos y publicidad masiva, que son pagados por patrocinadores que esperan ver saldadas las deudas con ganancias.

Le llaman democracia y no lo es (fetichismo electoral)

Creamos un fetiche cuando asignamos propiedades a un objeto, que no tiene en realidad. En el campo de la psicología, un objeto cotidiano, inocuo, puede despertar el libido de una persona; en sociología, una roca o una joya puede tener poderes mágicos, y así.

En la democracia actual, se ha desarrollado un fetiche alrededor de proceso electoral. Nos hemos convencido a nosotros mismos de que ir a votar por un partido o un candidato equivale a decidir la política y la economía de la ciudad o del país.

Pero eso es ridículo. Quizá podamos quitar una cara y poner otra. Pero este partido o candidato electo tiene un espacio de influencia muy limitado, además será asediado constantemente por los grupos de cabildeo de grandes capitales, chantajeado por alianzas políticas que traicionan a la clase trabajadora (como el Pacto por México), y mejor no sigamos.

Las decisiones de verdad, las que afectan la reproducción de nuestra vida diaria, las que deciden si tendremos un empleo mañana, las que determinan nuestra calidad de vida, las que dictaminan nuestro acceso a los recursos materiales, indispensables para el desarrollo y expansión de nuestras vidas, no las toman los ganadores de las elecciones.

Estas decisiones las toman organizaciones antidemocráticas. Las toman personajes por los que nadie ha votado. Hablamos, por ejemplo, del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM), el Banco de México (Banxico). Hablamos de los grandes cárteles del petróleo, de las mineras transnacionales... en fin, los grandes capitales obsesionados por sus procesos de circulación y acumulación.

Esto no es nuevo. Ya desde mediados del siglo XIX se hablaba en estos términos:

Mientras el sufragio universal se ejerza en una sociedad donde el pueblo, la masa de trabajadores, está ECONÓMICAMENTE dominada por una minoría que controla de modo exclusivo la propiedad y el capital del país, por libre e independiente que pueda ser el pueblo en otros aspectos o parezca serlo desde el punto de vista político, esas elecciones realizadas bajo condiciones de sufragio universal sólo pueden ser ilusorias y antidemocráticas en sus resultados, que invariablemente se revelarán absolutamente opuestos a las necesidades, a los instintos y a la verdadera voluntad de la población.

—Mijaíl Bakunin. Crítica de la sociedad existente.

Debemos superar la protesta que puede significar el voto (nulo, válido o enchilado) y pasar a la resistencia. Esta es la razón del epígrafe en el presente texto, la frase de Ulrike Meinhof. La resistencia comienza estudiando, leyendo, debatiendo, uniéndose a causas, con organización y disciplina, rebelándose a la ideología dominante, bajo su máscara de sentido común.