16 November, 8:47am

Las víspera ha dejado varias anécdotas que creo serían infortunadas dejar a mi procaz olvido, por lo que las plasmo en este tímido espacio.

¿Recuerdan a nuestra heroína L.? Pues bien, para placer de varios visitantes, ha vuelto a aparecer fugazmente en la vida de este comparsa-protagonista. L. había dejado, sin ningún pudor, ropa, tanto interior como exterior, álbumes familiares con fotografías de su primera comunión y de sus padres es poses de extática religiosidad y castidad, papelería diversa, documentación e identificaciones de diversa índole, formatos escolares, medicinas varias, compresas y, claro está, su lámpara (eufemismo adoptado por compañeros de piso). En nuestra labor de limpieza, las cosas que nos parecen de su pertenencia, las hemos ido depositando en una caja que semana a semana va desbordando, dado que L. tenía la generosa costumbre de dejar las cosas donde dejaran éstas de cumplir su utilidad. Y cada semana teníamos la discusión si de tirar esas cosas a la basura o esperar a que ella viniera a salvaguardarlas.

J., quien siempre la defendía con una pasión sólo vista en los santos varones, o quienes se quieren alcanzar los favores de la susodicha (léase follar), argumentaba a favor de esperar a que L. viniera por ellas.

Y de rondón L. apareció en el piso. Platicando con C. y Lu. pensábamos con alegría que se llevaría su caja completa. Lu. me dijo que le dejara su lámpara en la caja, la cual, por una vena de pudor que aun sigue en mi, mantenía dentro de la cómoda donde lo había dejado ella. Pero C. tuvo un idea más atrevida "Deja que ella tenga el valor de pedirlo". Y actué en consecuencia.

Después de mucho platicar en encerrona con J., salió L. de la cocina hacia la caja, entre buscó un momento, para luego gritar "¿y mi juguete?". A lo que le contesté con tranquilidad "En el mismo lugar donde lo dejaste. No he tocado esa cajonera." (todos sabemos que esa aseveración no tiene mucho de verdad) Y como si fuera aún dueña de la habitación entró y sacó el objeto de su deseo. Luego conversó un rato más con J. y se marcharon, dejando la caja con el resto de sus cosas, como si fuéramos su bodega. La discusión por tirar sus cosas continúa.

Pasando a otras cuestiones más esforzadas, el viernes pasado, mientras los colegas del choio nos encaminábamos la restauran para jambar un buen churrasco, encontré tirado el suelo, como un papel más en este empapelado mundo, un billete de 50 euros. Y me lo embolsé. ¡Vaya! 50 euros, pensé, es mucho dinero, pero no me hará ni más rico ni más pobre ¿cuál sería lo mejor que puedo hacer con ellos? Lo cierto era que haberlos encontrado fue más bien un acto simultáneo entre X. y yo, y sentía algo de remordimiento por usarlos para mi único usufructo. Así que determiné darles un buen uso: pagar la comida de todos los que íbamos a degustar del churrasquín, cosa que implicaba el atenuante de repartir la culpa de tomar esos 50 euros de alguien más, entre los comensales. Y así, al final, me quedé con algo más de 5 euros. ¡Eso es suerte!

Por último, deseo hacer una rectificación con respecto a mi nota sobre la muerte de Mouriño. Después de discutirlo con varios amigos y leer las notas periodísticas, casi estoy convencido que sí fue trágico accidente. Sí, por su naturaleza y coincidencias, es natural la sospecha, pero las grabaciones en las caja negras y las explicaciones a los medios de información sobre el manejo en la torre de control, son evidencias de peso que le quitan veracidad a la teoría de la conspiración. En mi descargo, debo decir que dicha nota la escribí en la mañana que supe del accidente, es decir en la madrugada mexicana. Fue una primera reacción. Al irse haciendo del conocimiento público las evidencias, me fui dando cuenta que estaba, para tranquilidad mía, equivocado.