6 January, 4:33pm

Fue a finales de noviembre cuando E. me sugirió recibir año nuevo en el Pirineo catalán. Todos los años, él y una camarilla de coetáneos se han juntado en algún paraje de la Península para celebrar la llegada de un nuevo año. Este año los radicados en Barcelona organizaron como sede el camping de Vall de Ribes, allende al pueblo de Ribes de Freser, a dos horas en tren de la capital catalana.

El primero de diciembre compré mi billete de avión a Barcelona y una semana después fuimos a comprar los aparejos demandados por la nieve: chaquetas, braga, guantes, forros polares, botas impermeables, etc.

Como pueden deducir el plan era pasar una celebración en blanco: con una fría y europea nevada. Retozar y revolcarse en la nieve, y, si las condiciones eran propensas, por qué no, tener nuestras primeras experiencias con esquíes.

Al aterrizar en la terminal uno del Prat tomamos el bus para la Plaça Catalunya donde nos recibiría O. con un entusiasmo muy caribeño que yo ya extrañaba. Caminamos rumbo a su piso, en el corazón de la Barceloneta. Ahí estaba M., su esposa, cuyo gusto por las labores culinarias, fue el eje central para nuestra alimentación... o sobrealimentación en este caso. Gracias a ella, junto con S. y L. tuve mi primera incursión en la comida cubana: arroz congrí y yuca principalmente.

Ese día lo ocupamos en comprar víveres y yo, por la noche, me fui a tomar con café con mi prima y su chico en turno. A la mañana siguiente caminamos hasta la estación cercana al Arc de Triomf para tomar el tren de rodalies.

Dos horas después de que el pobre trenecito subiera con trabajos las vías de los Pirineos llegamos a Ribes de Fresser donde esperamos por la otra comitiva, que viajaba en coche, en un café. Ahí la camarera resultó ser también una cubana emigrada, que en sus ocho años de residencia jamás se había movido de Ribes.

Terminado el café y la espera, seguimos hacia el camping, caminando estoicamente con las pesadas mochilas al hombro, siguiendo un empinado camino, resbaloso de hielo y lodo.

Piscina congelada

Teníamos dos cabañas reservadas. Durante la víspera habíamos acordado usar una de la cabañas "para los dormilones" y la otra "para la fiesta". Yo me acomodé en la segunda y no precisamente por marchoso, sino porque tengo la habilidad especial de dormir bajo circunstancias que para otros serían inadmisibles.

La primer noche arrasamos con la comida provista, además de toda la bebida (donde por cierto, descubrí mi talento oculto para hacer gin tonics). Así que al día siguiente, hambrientos, bajamos al pueblo para hacernos de nuevas provisiones. Lo que fue un craso error: aprendí que hacer despensa con el estómago vacío lleva a la compra indiscriminada y en exceso.

Después de llenar nuestros alacenas con comida y bebida que jamás consumiríamos, volvimos a bajar al pueblo y buscar alguna actividad. En el puesto de información turística nos dijeron que podíamos subir un monte hasta la ermita de Saint Antoni, con un trayecto de una hora. ¡Pero vaya hora! Llegamos a la cima echando fuera el bofe para tirarnos sobre la hierba y quitarnos las chaquetas.

Herminta

No obstante las vistas desde ahí son simplemente magníficas:

Valle

El descenso fue mucho más sencillo y relajado.

Ribes

Llegó la cena de año nuevo. Comimos opíparamente y con las uvas en vaso, esperamos a las doce campanadas por la televisión. Jugamos dominó cubano y seguimos bebiendo y haciendo el desmadre suficiente para que los cuidadores del camping fueran a pedirnos moderación. También hubo unos modestos fuegos artificiales que iluminaron por un momento la fría noche. Yo, rato después, caí dormido en medio de aquel pachangón.

Pero nosotros fuimos ahí para ver nieve. Y sí, a pesar de las bajas temperatura, no había ni un sólo copo de nieve. Estábamos a mil metros sobre el nivel de mar y la cota de nieve según el meteorológico estaba por encima de los dos mil. Así que resolvimos subir a La Vall de Núria. En un inicio coqueteamos con la idea de subir a pie, pero luego de la probada de Saint Antoni nada que no fuera el tren de cremallera estaba descartado.

Al buen despertar bajamos de nuevo a Ribes y compramos nuestros billetes para subir a Vall de Núria. Jamás había estado en una estación invernal antes, jamás había visto la nieve artificial y tocado las pistas de esquí. De manera tácita entendimos que nadie estaba ahí para siquiera intentar esquiar, ya que la actividad demanda más tiempo que lo que pensábamos invertir ahí. Así que nos lanzamos al retozo con trineos improvisados, a hacer muñecos de nieve y a destruirlos luego, o simplemente revolcarnos en la fría y húmeda nieve.

Nuria

Regresamos a nuestras cabañas para reposar y seguir bebiendo y comiendo, a esperar el día siguiente y su consecuente vuelta a casa, haciendo claro, primero una breve escala en mi querida Barcelona.