Comprobación empírica

Abro, con la memoria, mi caja fuerte. No es más que una repisa con una pequeña puerta, en el clóset de mi habitación. Allí atesoré objetos, muchas veces sin entender por qué. Imagino era por darle uso a la repisa, ya que al salir de la casa paterna, dejé de amontonar coágulos de instante.

He olvidado las cosas allí almacenadas, salvo algunas: cinco granos de maíz, insignias de boy scout, cartas sin enviar. También hay una hoja coloreada con crayones. Barras diagonales, intercaladas, en azul y verde. Ocupa el centro, color negro, letra cursiva e infantil, mi nombre.

Me dejo caer de espaldas sobre mi cama, mirando al techo, como tantas veces mientras viví en esa casa, para pensar, para sentir.

Alzo la tapa de la mesa del pupitre para sacar mi cuaderno y allí me encontró. Cuidadosamente centrada para hacerse notar. Levanto la vista intentando descubrir al posible responsable, al amigo secreto.

Nos ponemos de pie para rezar el Salve.

[…]
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva
A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas
[…]

Aún reverberan las palabras. Me repiten el paraíso se ha marchado. Sólo queda el cáncer de mi abuela entre alaridos de dolor; las peleas de mi padres asfixiados por el desempleo y las deudas; el rechazo a corazón abierto.

El curso de los días era el caer angustioso hacia un sinfuturo. Demasiado joven, demasiado viejo para el sopor de las caricias. El mundo se muestra como un higo reventando de maduro, sin poder acercarme a él.

¡Peri!

Ese no era su nombre. ¿Cuál era? No Periquita, la niña de la historietas, sino porque hablaba sin parar, como perico. De espalda ancha y nariz grande, la recuerdo guapa, debido a su inmutable sonrisa. Disfrutaba cantar, era feliz acompañada de una guitarra.

Peri abandonó el colegio porque su familia se mudó a Venezuela. Su padre, un hippie, cristiano radical, se unió a una secta en una comuna perdida en la selva, llevándose a su familia.

De la brea sináptica, con esfuerzo, un murmullo se abre paso: Verónica.

No. Peri.

Ella era mi amiga secreta. Lo supe al terminar el juego organizado por el titular del grupo. El primer regalo de una chica, hecho con sus manos, con su tiempo.

Las jornadas hacia el sinfuturo detonaban preguntas ¿Cómo puedo asegurar que este valle de gemido y llanto es real? ¿Cómo saber si no es un sueño? ¿Seré yo quien sueña y despertaré? ¿O es otro el que está soñando?.

Sin dinero para dulces caros, ni habilidad para dibujos bonitos, me convertí en malamigo secreto. Y lo más conveniente, para no ser malo, es no existir, ser sueño; sufrir, porque ese es nuestro el papel en la obra; el escarnio, única rebeldía posible, sólo así se hiere a quien nos sueña.

Mas Peri zanjó con su presente: "Me alegra que estés aquí".