Mirada y realidad

Después de cenar me despedí, ansioso por recorrer, una noche más, las callejuelas de Bohemia. El río Moldava me había acompañado durante la víspera, así que me alejé de él, como un infante huye de sus padres, con sonrisa maliciosa y divertida, apenas dados sus primeros pasos.

Buscar el extravío, dominando la aprehensión del GPS. Olvidar, por un momento, la llegada; solo andar y andar solo, en lo nocturno de la ciudad medieval. Los árboles tejían crochet de otoño y un tímido hilo de frío se colaba por mi chaqueta.

Seguí una calle de piedra, escoltada por casonas altas y pálidas, en cuyo cauce final emergía un oscuro jardín. Asaltado por risas joviales, salí de mi para buscar sus bocas.

Un grupo, cuatro chicas y un chico, bromean con desparpajo. Una de ellas, se acerca con decisión al chico y lo besa. Él acepta el atrevimiento para dilatar el gesto, mientras las demás celebran a gritos. Otra saca su móvil para cegarlos con una foto.

Algo atravesó mi cuerpo que me obligó a encogerme y a apretar el paso, salir de escena, no ser comparsa, porque nunca hubo un papel así para mi.