¿Qué buscamos como lectores?

Esta pregunta se planteó en el taller literario como ejercicio de introspección: volver la mirada a nuestro recorrido vital como lectores, recoger las obras que han iluminado nuestro andar, y desvelar sus mecanismos, que fueron empleados por sus autores para dejar huella en nosotros.

Dicho ejercicio ha coincidido con mi mudanza, atravesando España, lo que implicó desplazar mi pequeña biblioteca, acumulada durante los últimos diez años. En realidad no son muchos volúmenes para el devorador de letras o un coleccionista. Son, más bien, como diría Quevedo, "pocos pero doctos libros juntos", que bien cupieron en cuatro cajas de veinticinco kilos.

En sala del nuevo piso había una estantería que llené con ellos. Con cierto atino sólo cupieron aquellos que ya había leído. Es importante para mi separar los libros ya leídos de aquellos que faltan por leer. Los primeros aguardan pacientes futuras consultas y relecturas; los segundos deben mirarme constantemente, reclamando mi tiempo y atención. En mi piso anterior se apilaban sobre mi mesilla de noche, formando torres inestables, espadas de Damocles recordándome: "apura o te caerán encima mientras duermes".

Ahora están en la habitación que uso como espacio de trabajo, en una estantería. Ya no son amenazadores, sólo devuelven la mirada, indefensos. Debo confesar que hay algunos que no leeré en mucho tiempo, o hasta tal vez nunca, como una antología los poemas de amor de Goethe, en alemán original, que compré en Berlín; otra antología con poemas de Mayakovski, en ruso, comprado en Vladivostok; o el Ulysses, de Jame Joyce, adquirido en Dublín. Sin embargo, son muchos más los que esperan impacientes: los ensayos de Bertand Russell, la novela de Doris Lessing, otra más de John Steinbeck, la filosofía de Sayak Valencia, Roberto Esposito; o Proust, Adonis, Pizarnik (obras completas mercadas, claro está, en la Avenida Corrientes de Buenos Aires)

Pero en el fondo ¿qué busco? ¿Qué me dicen mis lecturas favoritas? Voy a GoodReads, la red social de libros, donde registro mis lecturas, dándoles puntuación, tan subjetiva como, ahora pienso, casi arbitraria.

Los primeros cinco:

  1. El Tao de la Física. Fritjof Capra (leído en el 2009) (!!!)
  2. Freakonomics. Steven Levitt (leído en el 2007) (!!!)
  3. Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (leído en 2008)
  4. 16 tesis de economía política. Enrique Dussel (leído el año pasado)
  5. El pulso del mundo: artículos periodísticos. Cristina Peri Rossi (leído también en el 2008) (!!!)

A todos ellos les di una puntuación de cinco estrellas, que es la máxima. También con cinco están Borges, Murakami (!!!), Plath, Rulfo, Paul Graham (!!!) Dawkins (!!!), Lefevbre, Csikszentmihalyi, Louise Glück, Onfray, Janne Teller, David Harvey, Erich Fromm, Nico Rost, Kafka, Roger Penrose, Berger, Rosario Castellanos, Frantz Fanon y Eduardo Galeano.

Aquellos seguidos con signos de admiración me sorprenden debido a que ahora les tengo muy poco aprecio; hoy no les daría esas estrellas, y sin embargo, en ese momento de mi vida significaron mucho. Los más claros ejemplos son Fritjof Capra y Cristina Rossi. No he vuelto a leer nada de ellos, ni por curiosidad. Similar ocurre con Steven Levitt, Murakami o Richard Dawkins. No me interesan ya.

¿Qué sucede allí? ¿Por qué los mecanismo de esos libros, a los que antes sucumbía, ahora rechazo? En sentido opuesto, ¿qué tienen esos libros que aún aprecio, o todavía más, como los de Glück, Rost, Berger, Rulfo, Fanon, etcétera?

Resulta obvio que mis gustos y sensibilidad han cambiado con el tiempo. Y, en mi opinión, esa transformación ha sido a mejor. Ahora demando más de mis lecturas, exijo cierta calidad más allá de la novedad. Busco en mis autores compromiso, no sólo con su obra, sino con su vida y entorno. No me vale ya un autor de fórmulas, de posiciones pseudo-radicales que en el fondo no es más que la reiteración de la ideología dominante (varón blanco, competitivo y de moral cristiana). He pasado de limitarme a entender el mundo, a reinterpretarlo mirando su transformación, como reza la onceava tesis sobre Fueuerbach. Buscar ese salto, comprometido, de lo existente a lo posible.

Otro hecho notable es la aparición, desde el 2014, de poemarios. Silvia Plath, Louise Glück y una antología de poetas mexicanos escogidos por Octavio Paz (quien tuvo el mal gusto de incluirse a sí mismo). Sin duda alguna, la poesía confesional de las poetas norteamericanas del siglo XX, ha calado en mi.

Encuentro indispensable la exposición del autor, de manera ficcionada o no, lo mismo da; así como su compromiso, tanto social como individual; anhelo su búsqueda de valores literarios, poéticos y filosóficos, más allá de la mera aceptación de su público contemporáneo; valores como el uso del lenguaje y sus metáforas, su la técnica, es decir, las sutiles trampas que atrapan al lector y no lo sueltan por mucho tiempo; sus enseñanzas que se renuevan con el avance de mi experiencia. Todo eso busco ahora como lector. Estoy seguro que las exigencias irán cambiando. Pero ahora soy consciente de ellas. Reconozco que la emoción necesita ir acompaña de la razón, de la técnica que la dosifique y contenga, para que pueda tenderse el deseado puente atemporal entre obra y espectador.

Puesta de sol en la Albufera

Puesta de sol en la Albufera de Valencia